Gustavo Adolfo Bécquer vivió tan solo treinta y cuatro años (1836-1870), pero su genio no necesitó más que ese reducido espacio de tiempo para instalarse en la logia mayor de la poesía española contemporánea. De él parten todas las ramas poéticas de finales del siglo XIX y comienzos del XX, ramas que a su vez iban a originar otras más recientes dentro del árbol de la poesía española en los últimos doscientos años. Una genealogía que surge con Gustavo, se prolonga en la obra del nicaragüense Rubén Darío, prosigue su camino en Juan Ramón Jiménez y los hermanos Machado, luego en la Generación del 27, en la del 36, en el grupo de los 50, en los novísimos y en los poetas de los 80. Más cerca de nosotros no hay perspectiva temporal suficiente como para nombrar con garantías de objetividad las ramas más próximas a la actualidad.

La biografía de Bécquer es pródiga en luces y sombras. Sabemos que nació en Sevilla, hijo de padre pintor de retratos de la aristocracia y la alta burguesía hispalenses. Se trasladó a Madrid antes de cumplir veinte años, y allí frecuentó amistades literarias, contrajo una enfermedad venérea, se enamoró de la cantante de ópera Julia Espín (a quien conoció en las tertulias literarias y musicales que el padre de esta organizaba en su casa, hoy todavía en pie, en la actual calle de los Libreros), colaboró en diversas revistas, estuvo cerca siempre de una opción política conservadora y se casó con Casta Esteban, la hija del médico que trató su enfermedad venérea. Murió en Madrid, en la actual calle de Claudio Coello, donde hay una placa que conmemora su óbito. De todo ello hablaremos, incluidos sus viajes por la geografía española en compañía de su hermano Valeriano, estupendo pintor costumbrista, sus problemas matrimoniales y su estancia en el monasterio de Veruela, donde escribió sus célebres Cartas desde mi celda. 

Leeremos quince o veinte de sus famosas Rimas, de las que solo publicó en vida poco más de una decena, siendo las Obras que sus amigos costearon a su muerte en dos volúmenes (Madrid, imprenta de Fortanet, 1871), el primer receptáculo impreso de buena parte de esas Rimas.