Si Tchaikovsky es el compositor arrebatado por antonomasia, el músico que de sus sinfonías hacía apasionada confesión íntima abriéndose en canal en ellas, Gustav Mahler, con muchos menos motivos biográficos, llevó esa tendencia al culmen, al extremo, convirtiendo el arrebato de la confesión, en paroxismo e incluso desgarro. Tanto que el estricto molde formal de Tchaikovsky se le quedó muy estrecho y lo hizo saltar por los aires con sinfonías que desbordan esta terminología genérica, y con desarrollos musicales y armónicos que llegarían a rozar la atonalidad. De una apacible y melancólica convalecencia en los lagos suizos, en la que nace el único concierto para violín de Tchaikovsky, a la decadente Viena del psicoanálisis y la Secesión, en que ve la luz la compleja Quinta Sinfonía de Mahler, viviremos el viaje que va del apogeo al ocaso del Romanticismo musical.

Carlos de Matesanz (crítico musical y director de programas de Radio Clásica)