El checo Antonín Dvorák fue a Norteamérica y compuso su última sinfonía, y el norteamericano Samuel Barber se vino a Europa para componer su Concierto para violín; pocas artes han sido tan viajeras como la Música. Las experiencias de Dvorák en América y su añoranza por su hogar en Europa se reflejan en su música, otorgándole una paleta emocionalmente variada. La Sinfonía No. 9 busca demostrar la teoría del compositor de que era posible utilizar elementos característicos de la música afroamericana y nativoamericana como base para desarrollar una escuela nacional de composición estadounidense, que en ese momento no existía. Cuando Samuel Barber compone su concierto, en 1939, esa escuela nacional era ya una realidad, y Barber forma parte, claramente, de ella: el Concierto para violín de Barber está construido (como casi toda su música) con mucha atención al elemento rítmico, en especial en los movimientos externos; por ejemplo, en el primero, utiliza un ritmo conocido como Scotch snap, que es muy común en el lenguaje del jazz. Viejo y nuevo mundo, reunidos en un singular programa «de ida y vuelta».